El juego forma parte integral de las estrategias pedagógicas más avanzadas que se aplican en las mejores escuelas. ¿Te gustaría ver a tus hijos jugando ajedrez desde edades infantiles? Es en estas actividades en donde los niños se comprometen de forma absoluta.
Los padres conocen la capacidad de inmersión de sus hijos en actividades donde son doctores, piratas o lo que les dicte la imaginación. Dicha capacidad puede ser aprovechada por los maestros para facilitar el aprendizaje significativo.
Desde donde se lo aprecie, es un tema apasionante y con muchos detalles; a continuación lo abordaremos para develar sus secretos.
El juego y su importancia había sido subestimado durante mucho tiempo. Relegado al área de la distracción, obviándolo como una herramienta y se le consideraba marginal al proceso educativo.
Hoy en día se sabe que jugar no es solo un elemento que complementa el aprendizaje del niño, sino que es esencial. Durante el juego, el niño ejercita a plenitud sus capacidades; por ello es tan eficaz cuando se utiliza en actividades educativas.
En primer lugar, el juego nace de la curiosidad por aquello que va más allá de la realidad inmediata. ¡Y esa curiosidad es, justamente, la raíz del conocimiento! Un niño interesado es un explorador de lo desconocido.
¿Has visto cómo el niño recrea de forma espontánea algo que recién ha descubierto? ¿Cuán detallista puede ser aquella escena imaginada con los materiales que le proporcionan un primer acercamiento? El infante es un constructor nato.
Por su carácter enriquecedor, el juego en la educación hace que la actividad sea:
Cuando el niño juega, integra todas sus habilidades y capacidades hasta desarrollarlas, al mismo tiempo que disfruta la actividad.
Como padre, podría ser una experiencia satisfactoria ver a tu hijo asumiendo roles distintos, probando, explorando posibilidades e hipótesis; por eso es reiterativa. Y, además, él necesita interactuar con otros para poder cumplir esas funciones creadas en su imaginación.
Las rutinarias adquieren otro matiz cuando están enriquecidas con dinámicas que las hacen diferentes. Alguna vez habrás notado que tu hijo se involucra más en las actividades que implican jugar.
Esta premisa ha permitido a los maestros comprender la importancia del juego en la educación. Creatividad, diversión, dinamismo, cooperación e interacción forman parte de este aprendizaje lúdico.
Los maestros aprovechan la oportunidad que el juego, como estrategia pedagógica, les brinda para enseñar. De allí que los conocimientos fluyan de manera natural, a la par del goce y la diversión.
Si miraras en retrospectiva tu vida escolar, seguramente habrías querido tener más recuerdos lúdicos. Sabes, por experiencia, que los niños ponen todo de sí mismos en el juego, y que por eso se sumergen en la acción.
Resulta más productivo para un docente retar las capacidades del estudiante que tratar de imponerle una tarea. Es decir, con un buen soporte psicológico, los juegos permiten materializar los aprendizajes.
No menos importante es que en el juego se aprende con todo el cuerpo y con todos los sentidos. El niño se mueve, interactúa, habla, escucha, hace, simula, salta, ríe y va mucho más allá de memorizar datos o conocimientos.
El juego rompe la rutina de la clase, momento en el que todas las variables están controladas. En su lugar, se abren las posibilidades enriquecedoras de lo imprevisto. ¡Y vaya que los niños son una fuente inagotable de sorpresas!
Si los niños de las edades más tiernas son individuos con una personalidad de 180°, ¿por qué no aprovechar sus inclinaciones naturales? En el proceso de aprendizaje vital, los niños tienen gran experiencia en la importancia del juego.
Muchos son los ejemplos en que los infantes avanzan más rápido y de forma más productiva con una estrategia lúdica. ¿Puede existir una motivación más poderosa que una competencia para alcanzar un logro?
Cuando la escuela propicia y favorece un entorno donde este tipo de dinámicas funcionen de forma cotidiana, pasan cosas maravillosas: se construye conocimiento y se siembra amor por el estudio y la disciplina.
Por arte del juego, el aula de clase adquiere la magia de un escenario histórico o de un laboratorio. Todo es cuestión de aprovechar la capacidad inventiva de los niños y ganar su participación real en el aprendizaje.
Por otra parte, la existencia de recursos tecnológicos permite desplegar la imaginación y creatividad de los alumnos. En el espacio escolar, múltiple, dinámico y adaptativo, es donde se forma la nueva ciudadanía.
Partiendo de lo dicho hasta el momento, veamos ahora algunos ejemplos que ilustran la importancia del juego en la educación. Podemos aprovechar la naturaleza lúdica del niño para lograr la excelencia académica.
¿Puede la dramatización de una escena ser más productiva, en términos de aprendizaje, que la lectura de un evento histórico?
Indudablemente, no hay mayor seductor que el contar cuentos. Las dinámicas de cuentacuentos estimulan el interés por la literatura y la lectura. Luego, los maestros pueden plantear además concursos de ilustraciones sobre el tema.
Otro ejemplo: resulta más divertido concientizar a los niños sobre el ambiente con la construcción de un semillero de árboles.
La experiencia desplegada a partir de dinámicas que involucren el juego en el aprendizaje produce conocimiento.
Cuando se juega, el límite de la experiencia educativa lo determinan las condiciones y la imaginación de los alumnos. No existe el dogma de que las matemáticas deben aburrir. Todo lo contrario, estas son fuente de diversión.
La capacidad de asombro del niño es el mayor incentivo para seguir indagando, experimentando y aprendiendo. La energía que invierten en los juegos es el combustible aprovechable por el maestro creativo.
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